miércoles, 28 de octubre de 2009

EL PORQUERIZO

Si, soy una princesa. Nunca había contado mi historia y, aunque me entristece el recuerdo, es hora de que sepáis de mi propia voz lo ocurrido entre un príncipe y la hija del emperador de un reino vecino.
Fue el peor mes de mi vida. Era joven y malcriada, a la vez que terca y testaruda. No tenía más ocupación que chismorrear con mis doncellas, chulearme con los muchos regalos que me hacía mi padre y contemplar el lujo con el que vivía en nuestro magnífico palacio.
Un día, me anunciaron que el séquito de un príncipe de un reino vecino venía a pedir mi mano y me puse muy nerviosa pensando en los presentes con los que me obsequiaría. Primero me obsequiaron con una gran caja , pero al abrirla era una simple flor, que aunque entusiasmó a todos los presentes por su belleza y fragancia, a mi me puso muy furiosa ya que flores tenía siempre las que quisiera en mi gran jardín. Lo mismo ocurrió a la semana siguiente al recibir otro regalo y, al abrirlo ver que salía al exterior un ruiseñor. Si, cantaba muy bien y era muy bello, pero ya no lo pude soportar más y muy enfadada, mande soltar el pájaro y me encerré en mis aposentos humillada y pensando en la burla de la que había sido objeto, yo deseaba alhajas, caballos y cosas con las que poder ser la envidia de todas las damas del reino.
Al cabo de unos días, una mañana salí a dar un paseo por mis jardines y escuché una melodía que me entusiasmaba. Al no saber de donde venía aquella música envié a una de mis damas a averiguar de donde procedía y el precio de ese instrumento y al regresar nos contó que se trataba de un pequeño y hermoso puchero que había construido un nuevo porquerizo contratado por mi padre y que pedía diez besos míos por él. Me lo pensé un buen rato y al final acepté ya que después de todo, yo era la princesa y podía hacer y conseguir todo lo que se antojara.
Cada día, en mi paseo, era sorprendida con algo nuevo y hermoso hasta que un día escuchamos una melodía que enamoraba al oírla y rápidamente envié a otra dama junto al extraño porquerizo, aunque a su regreso me puse muy furiosa pues ésta vez pedía cien besos , cien. Después de meditarlo mucho y viendo la envidia que asomaba por la cara de alguna de mis damas, acepté y ordené a las muchachas que nos rodearan, pero debimos de armar un gran jaleo porque cuando coreaban el octogésimo beso algo me golpeó en la cabeza y, al mirar estupefacta, vi a mi padre con una zapatilla en la mano. Me puse muy nerviosa y avergonzada, pero, de repente, me vi expulsada del reino junto al porquerizo. Llovía mucho y estaba muy asustada por el enfado de mi padre, además no comprendía lo que había pasado, pues mi padre jamás se había enfadado conmigo. Tan ensimismada estaba que no me di cuenta de que aparecía ante mi el apuesto príncipe al que yo había despreciado unos días atrás. Se enfadó mucho conmigo recriminándome mi actitud y abrió la puerta de su reino dándome con ella en las narices.
Me acurruqué en un árbol llorando y temblando por el frío a la vez que desconcertada, aunque con el transcurrir de las horas y en mi soledad comencé a comprender mi comportamiento superficial y egocéntrico, a la vez que me vinieron a la memoria los consejos de mi madre y sus palabras, que nunca había aceptado y que ella llamaba valores. Con éstos pensamientos, me quedé dormida....
Bueno niños, y ahora a dormir, que el resto ya es parte de otra historia.